4. Indicios previos
12/17/20257 min read


Tía Meme había partido. Ahora era Yo sin Ella. ¿Y quién era Yo? Cuando los referentes de tu vida se van, surgen nuevas preguntas…
Mientras la energía comenzaba a desplazarse y los tiempos parecían reordenarse desde planos invisibles, yo no hacía más que recibir recuerdos repentinos, uno tras otro, como destellos que emergían desde lo más hondo. Algunos venían de la niñez más pura; otros, del colegio, de la universidad; otros me llevaban a los lugares que habían marcado mi camino: Viena, Luxemburgo, Barcelona… Se desplegaban ante mí situaciones significativas que jamás había mirado con verdadera atención, intuiciones que siempre habían estado allí, silenciosas, pero que la inercia de la vida y el vértigo de la sociedad me habían impedido escuchar. Había que sobrevivir; no parecía haber tiempo para realmente vivir…
Uno de los primeros destellos me transportó a algún momento entre 2018 y 2021 —difuso en fecha, pero nítido en el recuerdo—. Yo vivía en Barcelona, y sentía una necesidad profunda de saber de un familiar al que siempre he amado, aunque en aquel momento el silencio reinaba entre nosotros. Recuerdo la desolación y la pregunta insistente sobre cómo estaría él. Deseaba que supiera que le quiero y que siempre le querré, hasta el final de mis días; que jamás estará solo mientras mi corazón exista. No puedo forzar mi presencia en su vida, pero él siempre tendría un lugar en la mía.
Un día la tristeza por ese vínculo en aparente desunión me envolvió por completo. Me dejé caer en la cama, pensando en él, de quien no sabía nada desde hacía tiempo. Entonces, desde muy dentro, me atreví a preguntar: “¿Sabrá que le quiero? ¿Es al menos consciente de ello?”. La pregunta apenas se formó en mi mente cuando una llamada suya entró en mi teléfono. No alcancé a responder: se cortó en segundos. No podía creerlo. ¿Había llamado justo en el instante en que yo necesitaba una señal?
“¿Me has llamado?”, le pregunté después. “No —respondió—. Mi teléfono se ha vuelto loco y llama solo”. ¿Era eso cierto? ¿La llamada se había desencadenado “sola”? ¿O me había llamado, pero se había arrepentido en el mismo instante y colgado? Nunca lo sabré. Lo único cierto es que recibí aquella señal. “Sí sabe que le quiero”. Sentí gratitud —no sé hacia qué fuerza o hacia quién—, pero agradecí. Esa escena ahora cobraba un sentido inesperado. Las presencias que empezaba a sentir ya actuaban entonces entre bambalinas, enviándome señales que yo no sabía descifrar.


Ese episodio me evoca otra escena que oiría contar a Ana tiempo después de que su hijo Aless partiera hacia su viaje infinito. Ella dudaba si terminar el libro que él había dejado incompleto. Mientras dos allegados intentaban animarla a que continuara con la escritura, su teléfono, quieto sobre la mesa, comenzó a vibrar: una llamada entrante de Aless. Pero el teléfono de Aless llevaba dos años apagado en un cajón…
Ella entendió aquella llamada como una señal para seguir escribiendo. Y así lo hizo.
Tu madre terminó tu libro, y yo leí tu historia, Aless. Y en las noches, a las nueve en punto, miro al cielo y susurro: “God bless you, Aless”. En 2023 apareciste como un ángel para brindarme el honor de entregar aquel pequeño milagro a tu amigo de infancia G., a través de tu amada “Nuvole bianche” de Ludovico Einaudi —una historia que merecería, por sí sola, un capítulo entero de este Diario—. Esa melodía es ahora el puente que nos une. “Todo lo que haces en esta vida con amor tiene eco en la eternidad”, dijiste sabiamente. Viniste como un alma voluntaria para enseñar el amor. Fuiste un maestro. Te recordamos, te amamos y en las nubes blancas nos reencontramos. Gracias por ser faro en la oscuridad.
De repente me detenía en esos detalles. Mi mente comenzaba a hilar, a atar cabos sueltos. Y es que las “tecnologías” son una de las vías más sutiles y accesibles a través de las cuales “ellos” pueden comunicarse con nosotros; ya comprenderán el porqué de estos recuerdos y de esta vinculación.
Sigan atentos a los detalles… pues para comprender, primero es necesario un contexto que abra la percepción.
Otro flash... Esta vez me lleva a un día allá por 2020, en la Casa del Libro de Gran Vía. Pocos días antes había visto una entrevista de Pedro Alonso (Berlín en La casa de papel), quien contaba su experiencia con la hipnoterapeuta Tatiana Djordjevic y las regresiones que inspiraron El libro de Filipo que estaba por comprarme. Algo dentro de mí hizo clic.
Otro flash. Más profundo aún: 2016. Yo tenía 23 años. Vivía en una residencia universitaria y tenía un compañero de piso excepcional. Fares, mi amigo libanés, bello por fuera y todavía más por dentro, irradiaba un amor inconmensurable. Estábamos muy unidos. Él entonces estudiaba psicología, ya trabajaba con niños autistas y traía consigo un don. “Veía” más que los demás. Yo, ignorante entonces, no lo comprendí y me equivoqué con él. El tiempo me enseñó, y lo rectifiqué abrazándolo desde otro lugar. Él estudiaba la hipnoterapia como técnica complementaria dentro de la terapia psicológica. Hoy se dedica a la neurociencia. Pero en su tiempo libre era mago y mentalista. Con él emprendí mi primer viaje hacia el interior. En pocas personas he confiado tanto. Con él descubrí tantas cosas por primera vez. Exploré el subconsciente, me adentré en la magia… no solo los trucos, sino la Magia, aquella que más tarde sería protagonista.
Pistas para el futuro mosaico…


Pero Fares tenía algo diferente, una luz particular, como si no fuera de este mundo. Recuerdo una vez en que un dolor intenso de tripa apenas me dejaba moverme. Me crucé con él en la cocina y se lo conté. Se sentó a mi lado, me preguntó dónde dolía. Le señalé el lugar. Me miró con un brillo profundo y trazó una media sonrisa mientras posaba su mano. El dolor se desvaneció por completo en apenas unos segundos.
Y ya para terminar sobre estos múltiples avisos previos, traeré al presente otro flash de 2022. Una amiga me había recomendado ver la serie del médium Tyler Henry en Netflix, ese mismo año en que tía Meme emprendía su propio vuelo… ¿Casualidad… o preparación de lo que estaba por suceder?


Tras la partida de tía Meme, los destellos comenzaron a multiplicarse. Cientos. En una ocasión recordé que la madre de uno de mis mejores amigos del colegio sentía una profunda fascinación por las piedras. Tenía la casa llena de piedras y cristales dispuestos con intención. También conocía a personas que hablaban de recorridos álmicos más allá de esta vida y me contaba que visitaba con frecuencia a un curandero. Yo era muy joven entonces y no presté demasiada atención… pero la semilla quedó ahí. Hoy comprendo por qué. Había mucha gente habitando esa otra realidad desde hacía años, esa misma que yo apenas comenzaba a vislumbrar. Me refiero a la realidad de lo intangible, de lo sutil. De aquello que no vemos pero sentimos. De lo que permanece más allá de lo visible. La energía, la magia, el misterio.
¿Había sido su energía? ¿Su mirada serena, invitándome a confiar? ¿O tal vez fui yo, dejando caer por fin la guardia? La magia existe, y en cada ser humano habitan dones dormidos que, tarde o temprano, reclaman despertar…
Una cosa conduciría inevitablemente a la otra. Y, aun queriendo, no podría haberme saltado ninguna etapa. Todo estaba dispuesto con una minuciosa precisión: cada vivencia, cada aprendizaje, cada integración… hasta llegar al momento de escribir estas líneas.
La información siempre estuvo ahí, hablándome en silencio, esperando el momento exacto para despertar.
Ahora, desde hace cuatro años, coloco teselas del fragmento del mosaico que me corresponde cubrir. Yo, que nunca presté atención a todo aquello… ahora lo escucho resonar con intensidad. Todo encaja poco a poco.
Las tecnologías como canales entre mundos; la hipnosis y la exploración de estados alterados de conciencia, donde uno puede ir a “buscar información”; las piedras y los cristales, la Magia, la luz, los milagros… Todo este entramado aparentemente inconexo revelaría su profunda importancia.
Si logran quedarse con los detalles de lo que estos capítulos iniciales dejan entrever, comprenderán sin esfuerzo lo que encuentran en los siguientes…
El viaje no ha hecho más que empezar.




